20 noviembre, 2009

¿Qué será del Homo sapiens?

Por Francisco Buenestado Revista e-ciencia.com

Hace unos 190.000 años culminó el proceso de hominización con la aparición en África de nuestra especie en un vía evolutiva iniciada 7 millones de años atrás. Aunque Homo sapiens, con sus extraordinarias características, introdujo grandes modificaciones en los parámetros que determinan su propio proceso evolutivo, no lo han cancelado, y seguimos inmersos, de una forma o de otra, en el curso de una evolución cuyos resultados no podemos prever.

La evolución biológica es un proceso cuyos efectos son imposibles de observar porque el cambio en que consiste ocurre en unas escalas temporales enormes en comparación con las de nuestra vida, pero que se produce constantemente, soterrado, en cada individuo de cualquier especie. O al menos, es permanente la variación genética que constituye el fenómeno básico de la evolución. Es una variación estrictamente aleatoria no orientada por ninguna voluntad o conciencia adaptativa. Estas variaciones introducen pequeñas diferencias entre los individuos que, eventualmente, pueden suponer una mejora de la capacidad de vivir en determinadas circunstancias ambientales nuevas o abrir la posibilidad de explotar nuevas vías de subsistencia para colonizar nuevos entornos, con lo que esos individuos adquieren ventaja para prosperar y transmitir sus diferencias a su linaje. Se dice entonces que esas variaciones y los individuos que las aportan han sido “seleccionados”, aunque el término es algo equívoco puesto que seleccionar implica la existencia de una voluntad que elige entre varias opciones y que no concurre en ningún caso; lo que ocurre es una adecuación de circunstancias físicas y/o fisiológicas en los individuos de la especie que se trate, y ambientales, que se acoplan favorablemente.

Pues bien, el Homo sapiens está sujeto a este proceso de modificación permanente aunque, eso sí, parece que ya no lo estamos al imperio de la selección natural, que elimina tajantemente las variaciones no viables. Ya no tenemos depredadores, y el desarrollo tecnológico, concretamente en el área médico-sanitaria, hace posible que individuos que no podrían sobrevivir en situaciones estrictamente naturales prosperen y se reproduzcan. Es más, según un estudio de Henry C. Harpending y John Hawks, la evolución humana ha sido cien veces más rápida en los últimos 10.000 años que en toda la historia de los homínidos desde que surgieron hace al menos 7 millones de años. Hace 10.000 años, nuestra especie, surgida en África en la zona de la actual Etiopía 190.000 años antes, había colonizado ya todos los continentes salvo la Antártida en sucesivas oleadas migratorias, y se empezó a producir una divergencia de tipos en virtud de las particulares condiciones locales donde habitaba cada población y por las nuevas condiciones derivadas del desarrollo de la agricultura y la ganadería, (nuevos hábitos alimenticios, aparición de nuevas enfermedades etc). Así surgieron las distintas “razas” humanas, -un concepto impreciso desde el punto de vista taxonómico-, que presentan ligeras diferencias físicas y/o fisiológicas. No ha habido tiempo, sin embargo, para que estas divergencias originaran especies diferentes y por fin, el proceso empezó a invertirse a lo largo del pasado siglo fundamentalmente, cuando el desarrollo de los transportes y la paulatina eliminación de barreras culturales empezó a favorecer el intercambio genético que está llevando a una homogeneización de nuestra especie.

Hay quién piensa, con Steve Jones, del Colegio Universitario de Londres, que la evolución humana, al igual que esa incipiente especiación humana que no ha llegado a fructificar más allá de las mencionadas razas, ha tocado a su fin, y que nuestra especie permanecerá tal cual es ahora indefinidamente, al menos en occidente, donde cualquier persona puede transmitir sus genes independientemente de que esté mejor o peor adaptada a su entorno, y la mezcla reproductiva de individuos de características diversas es más intensa. En un ambiente cada vez más controlado, las modificaciones genéticas se diluirían en la homogeneidad sin encontrar ocasiones de ser seleccionadas. En estas circunstancias, las diferencias en la capacidad de supervivencia, además de no ser terminantes, estribarían en la transmisión cultural más que en la genética, y la evolución adquiriría un carácter “memético” (es decir, por modificación y transmisión de “memes”, término introducido por Richard Dawkins para denominar a la unidad de evolución cultural equivalente a los genes en la evolución genética).

Otra posible vía de futura evolución humana planteada por algunos científicos como Ginés Morata, biólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, sería la que podríamos trazar nosotros mismos gracias a nuestro desarrollo tecnológico, que nos permite ya en la actualidad introducir modificaciones directamente en los genes y moldear características a voluntad, e incluso intercambiarlos entre especies diferentes. En un futuro que ya se puede ver en el horizonte científico, el mejor conocimiento del genoma humano y su funcionamiento posibilitaría la manipulación genética de la línea celular germinal (el conjunto de células que se combinan para originar un nuevo individuo a partir de sus progenitores es decir, óvulos y espermatozoides) orientada al diseño de individuos con excepcionales facultades intelectuales y físicas que podrían constituir el germen de una nueva especie. En cualquier caso, que se atisbe ese horizonte no significa que se pueda llegar hasta él. El genoma es de una complejidad tal que puede resultar indescifrable o imposible de manipular; no es una mera retahíla aditiva de caracteres, cifrados en genes, y las instrucciones para activar los procesos que los concretan. Estos genes están sujetos a intrincadas interrelaciones de forma que cada gen desempeña diversas funciones, todas las cuales se verían alteradas con su manipulación, por lo que bien pudiera ser que a la postre, las variaciones que se podrían introducir no fueran demasiadas. Steven Pinker, profesor del Departamento de Ciencias Cerebrales y Cognitivas del Instituto Tecnológico de Massachusetts, incluso cree innecesaria la regulación legal anticipada de las posibles manipulaciones futuras en la línea germinal, porque está convencido de que es imposible alterar el genoma de estas células reproductivas para conseguir determinadas características deseables en los individuos. Pinker aduce que posiblemente no haya un solo gen de función unívoca, y la modificación de cualquiera de ellos, además de los efectos buscados, tendrá otros muchos insospechados e indeseables. Por poner un ejemplo, explica como la modificación necesaria para aumentar el coeficiente intelectual acarrearía a la vez un aumento en el riesgo de sufrir parálisis. Esto acabará por hacer desistir a los científicos de manipular el genoma de la línea germinal, y al resto de la sociedad de demandar el desarrollo de las técnicas necesarias para hacerlo en opinión de Pinker.

No faltan quienes auguran para el Homo sapiens un futuro biológico estrechamente ligado al de la técnica en términos parecidos a los planteados por algunos escritores de ciencia ficción. Nick Bostrom, de la Universidad de Oxford, propone dos posibles vías por las que podría discurrir esta nueva simbiosis que ya es patente como ha expuesto claramente George Dyson: el paulatino avance en tecnología para mejorar el manejo de las redes de ordenadores supone un recíproco manejo de los humanos por redes informáticas. Bostrom plantea, por un lado, una evidente tendencia hacia “niveles superiores de complejidad, conocimiento, consciencia y organización dirigida” que encauzará la evolución en lo sucesivo, sea esta de carácter genético, memético o técnico. Por otro, apunta igualmente la posibilidad de que la inteligencia artificial avanzada tomase la iniciativa y modulase ciertos componentes de la cognición humana ensamblándolos en estructuras más productivas pero ya no genuinamente humanas que dejarían obsoleto nuestro cerebro.

Todo esto, en fin, no dejan de ser especulaciones, ejercicios de adivinación muy simples para abarcar la inabarcable complejidad de la vida. Además, todos están referidos, como ya se ha mencionado, a la sección desarrollada de la humanidad, el primer mundo, occidente… La humanidad es muy extensa tanto en número de individuos (7.000 millones inminentemente) como en implantación sobre la superficie de la tierra, y una gran parte de sus miembros vive todavía en condiciones plenamente naturales y bajo el escrutinio implacable de la selección natural por tanto. Debemos recordar, además, que la evolución es un fenómeno local; opera en las poblaciones en función de las condiciones particulares en las que se encuentren, por lo que los mismos humanos, siempre que estén fuera del entorno tecnológico homogéneo y controlado que los sustrae del influjo de la selección natural, tenderán a divergir hacia formas diferentes en, pongamos por caso, la selva amazónica (si queda algo de ella y sus moradores próximamente) y la sabana africana. Hay que hacer notar igualmente, que en las previsiones reflejadas se mira siempre hacia una nueva especie que, en todo caso, supone un “paso adelante”, un nuevo hombre que sería más inteligente, saludable y longevo, cuando la evolución, como es bien sabido, no es progresiva por su propia esencia aleatoria. Pudiera ocurrir, en alguno de estos entornos locales de la periferia del mundo tecnológico, que surgiera un “Homo” menos inteligente, peludo y contrahecho, regresivo con respecto a nosotros pero convenientemente acoplado a su entorno local.

Lo que sí podemos vaticinar con certeza casi absoluta en que nuestra especie, como ha ocurrido indefectiblemente con el 99% de todas las especies de todos los reinos que han existido sobre la tierra desde que comenzó la vida, desaparecerá, generando otra u otras especies cuyos individuos, al cabo de muchos cientos de miles de años, quizá contemplarán con curiosidad nuestras desatinadas cavilaciones.

2 comentarios:

Juan Fco. Buenestado dijo...

Me alegro que el artículo te haya gustado tanto como para insertarlo en tu página, pero no estaría de más que mencionaras al autor, que soy yo, y la revista donde lo publiqué, e-ciencia.com ¿No te parece?
Juan Francisco Buenestado

Enrique Bollana dijo...

Hola Juan Francisco, De verdad disculpas! Si ves otros artículos que he copiado, coloco siempre la fuente y el autor. Opino igual ue tú, el autor merece tener el crédito, ya que trabajó en ello!
Saludos,
Enrique Bollana