16 julio, 2009

El Ritual Del Corredor De Maratón

Por Marcelo R. Ceberio

Una vez más como todas las semanas salgo a entrenar. Entreno varias veces en la semana por los bosques de Palermo, la Avenida Costanera, el río, como cuando lo hacía en mi adolescencia. Hace casi 40 años atrás éramos pocos los que hacíamos atletismo, yo era velocista y tuve el honor de ser entrenado por uno de los grandes semifondistas y fondistas sudamericano: Domingo Amaizón. Parque Chacabuco, Gimnasia y Esgrima, el club Comunicaciones y otros lugares, albergaban unos pocos atletas que a pulmón compartían la pasión por las carreras de pista y cross country. Ni que hablar cuando salíamos por los bosques. Hoy debemos correr esquivando a otras personas que tienen el hábito del aerobismo. Ayer éramos un grupo pequeño que corría y que en numerosas oportunidades recibía las burlas de los automovilistas. Muchos de ellos, imagino, estarán corriendo en los bosques, intentando encontrar un poco mas de bienestar a sus vidas.
Pero esta vez es diferente. Nada es igual luego de recorrer los 42.195 mts. Voy al parque de los niños, allí donde culminó el maratón de Bs As. Estoy a la altura del Km 40 y veo todavía restos fósiles del maratón, restos que los barrenderos no han alcanzado a limpiar: botellas de agua aplastadas, un trozo de dorsal, algunos gel de hidratación que resplandecen en el sol, folletos de otras carreras, en síntesis, testimonios muertos (aunque nunca más vivos que en el recuerdo) que evidencian el pasaje de los últimos tramos de carrera.
Para los que corremos distancias largas, no es habitual competir muchas veces en el año. Es cierto, no hay muchas Verdaderas maratones que marcan distancias de 42, 30 o 21 Km en los calendarios de carreras durante el año. Pero tampoco, la fisiología humana permite soberanos esfuerzos repetidamente no sin un margen considerable de recuperación. A decir verdad, a los organizadores les resulta más rentable realizar una carrera de 8 o 10 km. que invitan a una participación más masiva y requieren de un menor esfuerzo organizativo y de inversión de capital, que lo que implica el diseño en circuito, sponsor, bases de hidratación, vigilancia y voluntariado, premios, difusión, etc. para un gran maratón.
Esta no frecuencia de carreras maratonianas, hace que no se vuelva rutinaria la participación en la competencia y que este hecho adquiera cierto atractivo adrenalínico, léase no se pierda la capacidad de asombro. Puedo afirmar que en el maratón para el atleta amateur existen tres momentos: la semana previa, el “durante” de la carrera y la semana pos competencia.

La precompetencia es un período plagado de estímulos que se disfrutan toda la semana, es decir, es tan importante los preparativos y la experimentación de la semana previa, las sensaciones y el recuerdo de la semana posterior, como las vivencias del maratón en sí mismo.  
La semana anterior al maratón, a pesar que el entrenamiento decae y prima cierto descanso y el entrenamiento se basa en regenerativos o corridas light, básicamente lo que descansa es el cuerpo, porque no hay descanso para el cerebro del corredor: no para de pensar en el recorrido, los tiempos, recordar el último maratón o estudiar el camino mentalmente que se desarrollará en éste próximo. En fin, los pensamientos son una gran parafernalia cognitiva repleta de estímulos. Se piensa en las pastas a las que se beatificarán en toda la semana, especialmente el viernes, sábado y hasta en el desayuno el domingo.
Toda esta semana está teñida de cierto ritualismo y cábalas, de magia, hasta de clarividencia. Una semana con cierta carga adrenalínica constante, con cierta tensión muscular que no permite un descanso del todo relajado, tensión que se acrecienta en la medida que se aproxima el día. Por tal razón se recomienda aprovechar el sueño dos días antes, es decir, si el maratón es el domingo, dormir bien el viernes, porque el sábado es un día de tensión que en apariencia diurnamente no aparecen síntomas, pero que se detonan en la noche en el intento de conciliar el sueño o el despertarse antes de que suene la alarma del despertador.

Solo, da vueltas en su cama, hasta que suena el despertador. Dos horas antes de la prueba, comienza a desenvolverse el ritual del corredor de fondo. Sabe que el auxilio de la vaselina sólida es milagroso y que hay tres lugares claves. Colocarla en las tetillas y pezones hace que el roce de la camiseta no lastime su cuerpo. A veces en cambio de vaselina, una curita o una cinta de cirugía sienta muy bien, aunque se corre el riesgo de se despegue con el sudor.
Todo lo que parece banal o nimio, a lo largo de los 42 es torturante.

El corredor unta generosamente su pecho y las entrepiernas, más si ha elegido no correr con calzas y el roce de la costura del pantalón corto termina lacerando el interior de las piernas. Se sienta, estira sus piernas y masajea sus pies (sus preciados pies), distribuye vaselina entre sus dedos, en la planta y talón. Masajea un poco más el arco: los relaja. Coloca un par de medias nuevas de algodón suave, porque sabe que el algodón se endurece un poco con los lavados y termina raspando, aunque la protección de la sabia vaselina contrarresta ese efecto.


Y llega el momento de colocar los adminículos principales del corredor: sus zapatillas. Por supuesto que no son las nuevas: siempre se recomienda que ningún estreno se realice el día de la carrera, con tal de evitar durezas, incomodidades, roces imprevistos. Bien lavadas, las zapatillas usadas llevan las señales del corredor. La forma de su pie, el apoyo del talón, el arco de su pie.
El corredor se pone de pie, acomoda su calzado, estira sus piernas. La tensión adrenalínica está al servicio de una alerta hipervigilante. Los músculos se hallan en una tensión y semitensión que bulle firme en el interior del corredor. Es la misma, que encuentra una vía de descarga en el estómago e intestino y favorece la micción. Una y dos, hasta tres veces, el corredor se sentará en el trono de su baño para evacuar y alivianar su cuerpo en la próxima dura tarea que le espera.

Su casa está en silencio. Es muy temprano y no ha querido levantar a nadie con ruidos de preparativos. Los adolescentes todavía no han llegado, el más chico duerme en su cuarto. Todo es un clima de calor de domingo, de amanecer de domingo.

Se sienta pleno en la cocina y desayuna un plato de pastas que calentó en el microondas. Se hidrata bien, como en los días anteriores, tal lo atestiguan las botellas de Gatorade que se acumularon en el depósito de la cocina. Come algunas frutas. Toma un cafecito cargado: una cuota discreta de cafeína pone a tono al corredor. Está nervioso. Se programa mentalmente con imágenes positivas.

Se coloca el reloj controlando que funciona bien, a pesar de que lo usa todos los días, hoy es diferente: debe revisar que no falle. Se llena de preguntas, muchas que ya se hizo. Se cuestiona si entrenó bien, aunque su hiperexigencia lo lleva a pensar que siempre le faltó un poco más. No todas las semanas totalizó, más o menos 80 km. De fondo: No sabe si las pasadas de 1000 darán los resultados esperados.
Se carga una mochila al hombro con ropa limpia, una riñonera que no usará, puesto que el último maratón le raspó la cintura y prefiere no arriesgarse, y va hacia la puerta del edificio a la espera que los compañeros del club lo pasen a buscar. Hace fresco, se dice “qué buen día para correr”, a pesar de que si hiciese 40 grados de calor o lloviese torrencialmente se repetiría lo mismo o intentaría de ver el aspecto positivo. A esta hora, entre las nubes, se filtran los primeros rayos.

“La soledad del corredor de fondo”, si bien los fondistas están acompañados por las muestras de afecto de amigos y familia y de desconocidos a lo largo del trayecto, él se encuentra concentrado, con la única compañía de su sí mismo. Y se encuentra solo desde la largada. Concentrado, atento, aunque pueda estar con su grupo de entrenamiento, intenta no perder cada momento de emoción que le depara la largada. Sabe que cuando se da la señal de comienzo y el reloj electrónico inicia el conteo, los primeros pasos se efectúan de manera lenta dada la gran cantidad de participantes del maratón. Pasos que se incrementan en velocidad y se transforman en trote y del trote a correr en la medida que los metros avanzan.

El maratonista concentrado, escucha los rumores de su cuerpo, los latidos del corazón, estará alerta a sus tensiones, a los dolores musculares, a su emoción, a cada uno de los recuerdos que su mente alterna a los largo de su trayecto: palabras de los cónyuges, la figura de los hijos que se transforma en estimulante, los muertos queridos. Estará atento a relajar el paso, cambiar mecánicas de movimiento, relajar braceo.

Se emociona cuando pasa y alienta a un corredor ciego o en silla de ruedas, estimula a quien ha parado su corrida con visibles signos de cansancio (las manos que se agarran de la cintura), a veces saluda a alguien que lo alienta en el recorrido, otras estará súper concentrado. Se prende en un grupo que lleva su ritmo y así le “tiran” unos kilómetros marcándole el paso. Intenta caminar unos pasos cuando para en un puesto de hidratación y bebe tanto agua como alguna bebida isotónica, ha aprendido que debe caminar porque las veces que intento correr y tomar al mismo tiempo, terminó empapándose y el agua -más allá de la transpiración-, pesa y molesta en el transcurso. Pero, sin embargo, hasta hace 20 años atrás era contraindicado hidratarse mientras que se corría tanto en carrera como en entrenamiento. 

Lo cierto que el corredor de fondo se encuentra solo. Solo con su alma, con  su cuerpo, su estrategia y su emoción. Para los amateur, los primeros diez brindan la esperanza de hacer una buena carrera, hacen a la ilusión de bajar los tiempos, siempre y cuando el paso se regule y reste el suficiente aire para los próximos 20. Una meta importante es llegar a la media maratón, aunque para la compleja mente humana este punto es una bisagra para ver el vaso medio lleno o medio vacío. O se dice, ¡Vamos que ya recorrimos la mitad! O se dice: ¡Nos falta la mitad de la carrera!. También es una denuncia de la forma de actuar del maratonista en su vida, o se tiene una predisposición negativa o positiva.

Si no llueve es fantástico. La lluvia si bien refresca, moja indefectible la ropa del corredor, principalmente sus zapatillas y medias. A lo largo del trayecto además que las zapatillas están pesadas, el algodón de las medias mojadas termina acabando con los restos de vaselina sólida con la que cuidadosamente el corredor abrazó sus pies y las ampollas empiezan a aparecer y a lastimar la más importante herramienta del corredor. A lo largo de la carrera cambiará mecánica de movimiento, se agarrotará un poco más, deberá parar a alongar, hasta que sus pies, por el dolor, se anestesien por haber sobrepasado la intensidad del registro doloroso. Para que el agua no inunde el calzado del corredor hay que mojarse discretamente en la cabeza, más si el sol pega duro, con las esponjas que se reparten en los puestos de hidratación.

También el calor y la humedad son enemigos acérrimos del corredor de fondo. El pavimento de las calles en conjunción con el sol, hacen que la hidratación no alcance y se minen en demasía las sales minerales indispensables para que los músculos funcionen de manera estable, es decir, resistan el esfuerzo. Lo que sucede, es que si el fondista se  siente bien muscularmente, su mente alienta positivamente su carrera. En cambio si sus músculos están minados, ni siquiera se puede pensar con claridad. Se ingresa en un sobre esfuerzo peligroso que impide pensar siquiera una estrategia.
Pero el gran fantasma del derrotero del corredor maratonista es el Km. 30. Algo sucede en la mente del corredor. Algo que todavía no se sabe bien qué es, pero lo cierto que en mayor o en menor medida aparecen compilados todos los pensamientos negativos: “¡Quien me mandó a hacer esto!”, “¡Si dejo y empiezo a caminar, estoy podrido!”, “¡Podrías estar desayunando tranquilo con mi familia!” y toda una sátira de aberrantes pensamientos que afectan el lograr disfrutar la carrera al menos de manera momentánea. Pero el organismo es sabio, a esa altura del periplo las bondades de las endorfinas -un neuropéptido que bien puede ser definido como una autodroga del bienestar- equilibran los pensamientos catastróficos y hacen ganar terreno al placer.

Para los corredores amateurs, esos últimos 10 Km. resultan entre tortuosos pensamientos, dolores musculares, cansancio general, ansiedad por culminar. La mente no para de pensar. Pero no con esto estoy describiendo este tramo del maratón como un  ejercicio que hace honor al mazoquismo. Nada de eso. Esos síntomas pueden pasar en diferentes intensidades como mostrarse ausentes. A veces se agravan por el panorama del contexto. Algunos corredores que caminan, otros que se detienen a alongar, rostros con visibles signos de cansancio, otros que han regulado más el paso y superan al maratonista molestando a su estima. Este es un período donde puede perderse la concentración y se observa el entorno. Más aún, se está más dependiente del afuera que del adentro: se presta más atención al corredor que nos supera que al que superamos.

Lo cierto y en síntesis, es que en esta dimensión de la travesía se aúnan una serie de factores, muchos de ellos muestran contradicciones: cognitivos (pensamientos negativos espontáneos que se confrontan con los pensamientos positivos), orgánicos (déficit de sales minerales, dolores musculares, calambres por sobre esfuerzo, lastimaduras y llagas o ampollas por roce, que se confrontan con la tendencia del cuerpo a estabilizar estas disfunciones), emocionales y químicos (ansiedad por terminar, broncas por las afecciones corporales, en confrontación con la sensación de bienestar que provocan la cuota de endorfinas en sangre y a nivel de sistema nervioso). Aunque, es de entender que todos estos factores no están disociados sino que se hallan en total sinergia y se influyen unos a otros. Pensemos como ejemplo, solamente un simple pensamiento positivo puede generar una dosis de endorfinas y esta dosis generar el ánimo para socavar un dolor muscular.

En ese Km. 30 se reparten geles de hidratación, una especie de melaza que nos recuerda al jarabe para la tos de nuestra infancia, y éstos tienen su riesgo. Alrededor de esta instancia de carrera, las reservas de carbohidratos disminuyen y la ingesta de un sobre de gel implica inyectar al organismo una cuota de índice glucémico elevado. Nuestro cuerpo, entonces, detecta un alza súbita de la glucosa sanguínea e inmediatamente segrega insulina para contrarrestar los niveles de glucosa, lo que genera el efecto contrario al deseado.
En esos momentos hace falta motivación. Si, mucha motivación. El maratonista se estimula, se dice cosas, se vitorea internamente como si fuese el primero que va a cruzar la meta. A veces se deja impactar por los apoyos de la gente que presencian el maratón. Es una continua coreografía que va del mundo interno al exterior: voces internas y externas estimulan y motivan al corredor, mas en el momento de su decaimiento.

Más allá de estas explicaciones técnicas, el maratonista posee un gran espíritu de lucha y hace del sacrificio una forma de entrega, un ícono de su trabajo en pos de arribar a la meta. Y todo esto se disfruta. Ser maratonista es un ejercicio de la voluntad, es la puesta en marcha de la tenacidad en función de lograr el objetivo. Esa proximidad al objetivo se observa cuando ya no se cuentan los kilómetros recorridos sino se comienzan a contar los faltantes; cuando los kilómetros que faltan tienen una cifra. En los últimos 5 Km. cuando allí por el 37 se pergeña un tiempo de descuento: no solo faltan pocos kilómetros sino faltan poco tiempo para la llegada.
Internamente no es que los dolores desaparecen, se está más cerca de la conclusión, entonces el foco del dolor se corre a la posibilidad de terminar. Así los kilómetros pasan. Cuando es el Km. 40 el que aparece frente a los ojos del corredor amateur, ya prácticamente siente que llegó. Esos últimos 2.195 mts. se ruedan. Las imágenes anticipatorias de la llegada hacen que las endorfinas funcionen a pleno y, de paso, socavan los últimos dolores que acucian. Se está más en la llegada que en la carrera. El foco es la última recta. La final: cuando el cartel indicador de los kilómetros anuncia el 41, ese es el último kilómetro de la victoria. En los últimos kilómetros ya no importa la marca, lo más importante es llegar, el heroísmo está en llegar.

El corredor piensa que en la llegada estará su familia, su esposa, sus hijos, sus padres, también algún amigo, cuando no, algunos de sus amigos que corren como él pero no se atrevieron al maratón, lo acompañaron un tramo, los últimos 10 o 15 Km. Siente un escalofrío cuando divisa que hay más gente alentando: es el indicio del prolegómeno de la llegada. Escucha, los “¡Bravo!”, “¡Vamos, faltan 300 mts.!”, “¡Bien, bien, fuerza que ya se termina!”, los aplausos, los gritos.

Entra en la recta final, ve de lejos el cartel de la llegada. Levanta el paso, yergue su cuerpo. Busca entre la gente, el rostro de su hijo, de su mujer, de su padre: Busca, hasta que los sorprende el aliento de ellos. Se emociona, a veces hasta las lágrimas. Ya no importa ni el puesto ni la marca. Se siente que ha alcanzado la victoria porque ha llegado. Le faltan tan solo unos metros y cruza la meta levantando sus brazos y mirando el cielo.

La vida tiene sensaciones maravillosas, pero ese momento, el de la llegada del corredor del maratón, es una de las emociones que merecen ser vividas con la máxima intensidad. Aún días más tarde, el maratonista continuará recordando y reviviendo cada tramo de la carrera. Continuará vibrando en su imaginación toda la experiencia en imágenes y sentimientos, hasta que programe su próxima carrera. Ahí va, él con su soledad, hacia el próximo desafío. 

2 comentarios:

Alex dijo...

Buenismo.. busco relatos de maratones por todos lados y este me sorprendio.
Tengo 16 años y desde los 14 años que tengo en mente lo que debe ser una maraton y sueño con correrla.. .. si bien mi entenador dijo que me dejaria correr maraton dentro de casi 7 años mas.

F. Invernoz dijo...

Es el mejor relato que he leído en mi vida sobre el maratón. Yo también entrené en una época con el gran Domingo Amaizón, en el Real Club Celta de Buenos Aires. Te cuento; en 1977 hubo un proyecto excelente en el que participé: 21 kms en junio (1h19) en Arrecifes; 30 kms en Moreno ( hice 1h 56) y 42,195 m de Huinca Renancó (Córdoba) a Realicó (La Pampa) hice 2h 56 m 30 seg y corrí con Sergio Brescia, otro atleta que entrenaba Amaizón. Vivo en España, pero el año pasado viajé a Argentina y un amigo me entregó la filmación de los 42 kilómetros. Otro amigo en España le puso títulos y música. Imaginate. Hoy estuve viendo el DVD y me emocioné y lloré. No te lo vas a creer pero acaba de llamarme por teléfono un amigo que está viendo el video que le presté y me dijo que se emocionó. Tengo 61 años y en noviembre corrí la media maraton en 2h 6m, aunque no estaba bien preparado. Fue una felicidad ver la meta y traspasarla.